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11 ene 2012

Lo pequeño pasa inadvertido, pero no por ello es menos importante, es más, en procesos ecológicos, es posible que las cuestiones más pequeñas, las que apenas alcancemos a ver, tengan mayor trascendencia para la conservación de los ecosistemas y sus mecanismos de funcionamiento, que los grandes aspectos de los que en tantas ocasiones recordamos o tratamos de revalorizar. Años llevamos hablando de la necesidad de proteger a los osos o los urogallos como especies representantes de uno de los mayores valores biológicos ibéricos, como si de su conservación dependiera la garantía de que nuestra naturaleza fuera saludable. Sin embargo, durante estos mismos años han sucedido cosas en el medio natural que nos han pasado totalmente desapercibidas y que si analizamos, tienen una mayor trascendencia e impor tancia para la conservación de la biodiversidad.
Me refiero a la progresiva desaparición de las poblaciones de abejas en su estado silvestre. Conociendo el importante papel de estos insectos como agentes polinizadores, pronto nos daremos cuenta de que la desaparición de las abejas puede suponer una situación de crisis ecológica para los territorios de mucha mayor envergadura que la posible pérdida de una especie como el oso o el urogallo que por muy emblemáticas que nos parezca, no adquieren la dimensión estratégica en la ecología de los territorios que sí tienen las abejas.

Debemos por tanto afinar nuestro ojo conservacionista, dejar de fijarnos tanto en lo espectacular y mirar en nuestro entorno, no para entusiasmarnos exclusivamente con la localización de la huella o un suculento excremento del plantígrado, sino para descubrir que en las miles de flores del matorral o del sotobosque no encontramos revoloteando a la abeja melífera, imprescindible para garantizar que el medio natural se llene en las diferentes estaciones del año de los frutos que forman la base alimenticia de muchos de los seres vivos que pretendemos proteger.

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